La otra mitad de mi corazón

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Esperé unos segundos a que cuerpo y mente estuvieran preparados… respiré profundo. En esa sala, que pude sentir como nuestro refugio. Sólo estábamos nosotros tres, junto a aquella matrona que tan bien supo ocupar su rol. En aquella oscuridad que tanto necesitaba, teniendo todo el papel protagonista que me correspondía, como madre y mamífera. Escuchando las señales que mi cuerpo me enviaba… mi mente no estaba en aquel lugar. Conectada con mis instintos más animales, me dejaba llevar por esa marea cálida que hacía estremecer mi cuerpo de forma rítmica.

Y supe que había llegado el momento, que en ese instante, mi vida cambiaría para siempre.

Mi cuerpo sabía lo que tenía que hacer, y de nuevo me dejé llevar hacia aquella explosión de sentimientos. Sentimientos opuestos, lo que me permitiría abrazarte al fin, también haría que nos separásemos para siempre.

Me incorporé para recibirte. Preparé mis manos cálidas y temblorosas para vivir la experiencia de tocarte por primera vez. Con mis propias manos te ayudé a abandonar mi cuerpo para siempre y te acompañé hasta mi pecho desnudo. Ningún extraño te tocó, ningunos guantes fríos estropearon este momento que será nuestro para siempre.

Ahí estabas tú, piel con piel. Mirándome a los ojos, tratando de grabar en tu mente cada detalle de mi rostro, de mi olor, del tacto de mi piel. Caliente y húmedo, indefenso y a la vez tan fuerte. El milagro de la vida.

Y así, cuando creía que en mi corazón ya no podía caber más amor y sin saber aún tu sexo, aprendí que podía amar sin límites.

Aquella pequeña cuna de plástico fría y solitaria que el hospital preparó, quedó sin estrenar. Poco podía ofrecerte la cuna, yo tenía un lugar mejor para ti, lleno de seguridad, amor y alimento.

Han pasado 14 meses desde este día. No sería sincera si dijese que ha sido un año fácil. Ha sido un año cargado de frustraciones, de sobre exigencias, de sentimientos de culpabilidad y de rabia. Hasta el punto de maldecir la crianza con apego, pensando que solo es válida para hijos únicos o con una diferencia de edad considerable. Pero este pensamiento es fruto de la rabia, realmente sé que aunque mis hijos no tengan más remedio que aprender a esperar, las bases de respeto y confianza sobre las que se asienta nuestra maternidad les proporcionan unos pilares adecuados para el desarrollo de su autoestima y la seguridad en sí mismos.

Es cierto que inmersa en la rutina del día a día, me resulta complicado ver el enfoque positivo. Muchos días he tenido la sensación de que con la llegada de mi hijo pequeño algo entre ella y yo «se nos había perdido por el camino». Antes siempre tan conectadas, siendo ella mi única prioridad y sin que existiese nada en el mundo que no pudiese esperar cuando ella necesitaba algo de mi.

A veces me necesita y no puedo dedicarle la atención que desearía. Algunos papás piensan que es duro escuchar esa frase taladrante de ¿mamá, es que ya no me quieres? Pero os puedo asegurar que es aún más duro si cabe, cuando sabes que lo piensa pero no puede expresarlo con palabras. Es una pena silenciosa que se vislumbra en sus ojos y te impide respirar.

También a veces una sensación desagradable con mi hijo pequeño. La de no poder parar el reloj como hacíamos tiempo atrás mi hija y yo, para permanecer juntas, disfrutando la una de la otra, como si no existiese nada más. Como si este ritmo tan acelerado no nos permitiese disfrutar de esa conexión de la que tanto disfruté con su hermana.

No he podido satisfacer las necesidades de mis pequeños en todas las ocasiones. No he conseguido que mis días tengan 35 horas ni multiplicarme por dos. Ni siquiera he podido conseguir otros dos brazos extra que me permitieran llevarlos a ambos cómodamente en brazos. Pero es cierto que me he entregado al cien por cien, que lo he hecho lo mejor que he podido y que mis hijos han sido mi prioridad única y absoluta.
En muchas ocasiones me ha sido imposible encontrar ese punto de equilibrio que algunas madres describen en el cual los dos niños se sienten satisfechos. Ese punto de equilibrio ha surgido más bien de una media entre situaciones en las que tenía que priorizar a uno o a otro.

Ha sido duro ver cómo mi hija que hasta la llegada del pequeño dormía siempre pegada a mi, se quedaba dormida sola y triste mientras esperaba que terminase de dar de mamar a su hermano. Igual de duro que ver cómo el pequeño, siendo sólo un recién nacido, lloraba y lloraba sin consuelo reclamando mi afecto mientras yo estaba intentando ayudar a la mayor a salir de una crisis.

He tenido que hacer algo que siempre me ha parecido horrible: Juzgar desde mi punto de vista cuál de los dos pequeños tenía más motivos para reclamarme y atender a uno u otro en función de mi criterio.

Hay papás que se postulan firmemente a favor de los beneficios de tener un segundo hijo, hermano de un primero con autismo. Otros se postulan muy en contra, alegando que el primero necesita tantas atenciones que no podrían sobrellevar la llegada de un segundo hermano. Personalmente cada vez estoy más convencida, que en la vida no existen decisiones acertadas o fallidas. Simplemente tomamos decisiones y nos vamos adaptando a ellas de la mejor forma que podemos, conforme se van sucediendo los acontecimientos.

Una vez, alguien a quien admiro escribió haciéndose una pregunta: ¿Quién sostiene a los que sostienen? Y enseguida tuve la respuesta. A mi me sostiene el levantarme temprano para ir al baño y al volver a la cama, descubrir que me he quedado sin sitio entre ellos, bien pegaditos y con sus manitas entrelazadas.

Me sostiene el disfrutar de esas caritas perezosas cada mañana. Ver a mi hijo despertarse y aún tambaleándose de sueño, salir disparado a decir «¡hola!» a su hermana. También ver a mi hija despertarse y antes de abrir los ojos, alargar su mano para acariciar el pelito de su hermano.

Me sostiene el ir a recoger a mi hija al cole y ver cómo llena a su hermano de besos y abrazos. Y la cara de felicidad del pequeño aceptando encantado todas sus caricias.

Mi pequeño, a ti, que estás a la sombra de este blog pero en la tribuna de mi corazón, te dedico estas palabras.

A ti, que tantas veces has evitado, e incluso sacado a tu hermana de una crisis con tan sólo una sonrisa.

A ti, que siendo tan pequeño has entendido que tu hermana hace un gran esfuerzo por intentar flexibilizarse y que todos tenemos que acompañarla en este esfuerzo flexibilizándonos.

A ti, que apoyas tu carita en ese pequeño huequecillo del cojín, detrás de tu hermana, desde el que casi no puedes ver el iPad y mucho menos tocarlo, pero sabes que desde ahí, ella no se molesta y tú la respetas.

A ti, que eres capaz de entender perfectamente la vocalización de tu hermana hasta cuando casi ni yo lo consigo.

A ti, que la acompañas cada día en sus juegos y que todo lo que te propone te parece siempre el mejor plan.

A ti, que vives la diversidad con la máxima naturalidad, como parte de nuestra familia, como un valor añadido.

A ti, que quieres a tu hermana sobre todas las cosas y no concibes la vida sin ella.

A ti, porque sé que cuando ya no esté con vosotros, sabrás ser su mejor apoyo, su mejor abrazo, su mejor ansiolítico y su mejor remedio para curar las heridas del corazón.

A ti, mi pequeño, tengo tanto que agradecerte que ni aún viviendo diez vidas podría hacerlo.

A ti, mi bebé gordito, te quiero con toda mi alma.

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10 comentarios sobre “La otra mitad de mi corazón

  1. Hola. Marta soy Carmela ¡¡me ha sobrecogido tu escrito¡¡¡ eres increíble. y describes la maternidad de «esa manera tan autentica»».
    Al igual q tú no sé que es mejor o no, pero lo que si se es que derrochando todo ese Amor y entrega seguro que tendrás éxito.
    Todo mi apoyo y mi admiración para ti y tu familia. Besos

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  2. Con unas lagrimitas en los ojos termino de leer tu Post viendo en tus hijos a los míos.
    Nuestros pequeñitos segundos que son más segundos que ningún hijo segundo, y sin embargo protagonizan un papel fundamental en la familia..en la vida de sus hermanos mayores y consiguiendo de ellos lo impensable, de forma natural y desprejuiciada.
    Conozco esas opiniones acerca de no ampliar la familia cuando tenemos un hijo neurodiverso, ya que debemos dedicarle tanta atención que sería injusto tener otros. Pues mira, cada familia es un mundo y el nuestro se completó con la llegada del pequeñín.
    No dejaré de estar feliz por haber tomado la decisión junto a su padre de seguir adelante con las ganas de más hijos, aunque ello venga acompañado de momentos de culpa, de valorar como bien dices quién nos necesita más a cada rato.
    Somos las 4 piezas del puzzle y cada una es indispensable para formar nuestro hogar.
    Un abrazo!

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