El autismo y las infancias robadas

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Siento como el viento acaricia cada uno de mis cabellos, siento su movimiento individual, un cosquilleo que resulta agradable y me eriza la piel como resultado de un escalofrío que entra en cada célula.

Contemplo aquella ingeniosa ocurrencia, una cinta de plástico que he ido consiguiendo a base de recortar cientos de cuadrados concéntricos que se hacen infinitos para la percepción de una niña de tan solo 6 años. Ingenioso, excéntrico, una simpleza o algo carente  de sentido según el criterio de quien lo juzgue, pero para mí, un instrumento que convierto en una extensión de mi cuerpo. Me permite fundirme con el entorno y sentirme viento, sol, un elemento más de la naturaleza. Los límites que marcan dónde empiezo y acabo desaparecen para formar parte de un todo.

Aquella cinta y ahora yo, como parte viva de ella, podemos ser cualquier cosa que deseemos, volamos. Todas las formas son posibles mientras bailamos al son del viento cálido de la costa tropical, a través de una pequeña ventana que formaba parte de la inmensa cristalera de la casa de mis abuelos. Un hogar que siempre me acogió con amor y que guardo en mi corazón entre los mejores recuerdos de mi infancia.

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La esencia de la maternidad atípica

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La maternidad… cóctel de sentimientos que te sumerge en un mundo que nunca imaginaste. Siempre acompañada  de esa dualidad enfrentada de no parecerse en nada a las expectativas con las que tantas veces soñamos y a la vez, plagada de instantes tan intensos que cortan la respiración.
La maternidad es ese huracán que elimina de mi cabeza la imagen de madre todopoderosa que había creado durante el embarazo para hacerme sentir en tantas ocasiones pequeña y débil.
La maternidad es esa pesa que me hace bajar de la nube  para enseñarme que ni leyendo todos los libros del mundo sobre crianza, ni escuchando a los mejores profesionales de todos los ámbitos que implica la crianza, ni siquiera si pudiera volver  atrás sobre mis propios pasos y mis hijos volvieran a nacer, tendría en mi poder todas las respuestas y volvería a equivocarme millones de veces.

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Reflejos de cristal

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Y entonces algo capta su atención. Se detiene en seco para observar desde una distancia prudencial que le permite comprender la situación, sin sentirse obligada a participar de ella.

Empieza a dar esos saltitos izquierda-derecha que consiguen derretir mi corazón de amor. Se acerca un poco y vuelve a retroceder. Se queda parada unos segundos, observando. Me resulta muy fácil entrar en su mente e imaginar lo que está pensando.
Poco después, se dirige sonriente y llena de emoción hacia mí:
-Mami quiero que la chica me pinte una mariposa en la cara que vuela con las alas así y así -me dice -.

Le devuelvo la sonrisa y a través del cristal que nos separa la acaricio sin tocarla. Ella me mira con esos enormes ojos buscando mi aprobación. Intento transmitirle ese empuje de seguridad que necesita para enfrentarse a la situación, en esta ocasión no puedo acompañarla físicamente.
-¡Me parece muy buena idea, amor! Si te apetece que la chica te pinte la cara quizás puedas hablar con ella y explicarle.
-Hay que esperar la cola mami -me responde-.
-Sí amor, hay que esperar un poquito hasta que termine de pintar a las demás niñas.
-¡Vale mami!

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Pintando un mar de colores

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Un grupo de ninjas lucha encarecidamente. No existe un orden, no alcanzo a averiguar las reglas de esta complicada batalla en la que todos luchan contra todos.

Entre tanto desconcierto soy consciente de un detalle. La banda que usualmente cubre la frente en este tipo de luchadores no ocupa su lugar habitual sino que se dispone más abajo, cubriendo por completo sus ojos.

Ahora empiezo a entender su comportamiento, todos forman parte del mismo equipo, hace un tiempo que el enemigo abandonó la sala pero estos ninjas no se han percatado. La banda de sus ojos les impide ver que se encuentran luchando contra sus propios compañeros.

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A mi compañero neurotípico

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Como uno de esos maravillosos paisajes donde mar y montaña están tan cerca que resulta difícil establecer dónde está el límite entre ambos. Tan diversos, tan opuestos, tan diferentes… ¿O tal vez no?
Ambos hermosos al ser observados como espacios individuales. Belleza que se ve multiplicada cuando levantas la vista y tienes el privilegio de observar la grandeza que juntos componen. Y cuando descubres estos paisajes, la idea preconcebida que tenías sobre la necesidad de elegir entre «playa o montaña» se desvanece. No existía tal necesidad.

Mientras muchos dedican su tiempo a poner límites, a marcar diferencias y a encasillar, la naturaleza nos demuestra que formamos parte de un todo. Todo es gradual, los límites no existen. Los límites los dibujamos nosotros para tratar de entender, clasificar y ordenar un mundo tan complejo y diverso que en tantas ocasiones se escapa a nuestro entendimiento.
La gota de lluvia que cae sobre la cumbre se desliza dejándose llevar por la ladera de la montaña. A ella se unen más gotas que finalmente desembocan en el mar y poco después, el agua se evapora y de nuevo se condensa para dar paso a la lluvia. ¿Acaso esta gota se detiene a marcar el límite entre un estado y otro? Se deja llevar, forma parte de un ciclo, de un todo. Es lluvia, es río, es mar y es nube, no puede ser encasillada.

Mar y montaña formando parte de un mismo paisaje. A veces la escalada hasta la cima de la montaña se puede alargar incluso varios días, haciéndote creer que has abandonado la playa. Pero entonces pisas la cima y al asomarte para contemplar esa maravilla de la naturaleza, te das cuenta de que aunque tus pies se apoyen sobre la montaña, sigues estando en el mar.

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Libre para amarte tal y como eres

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Me gusta cuando saltas y agitas tus manitas de alegría, disfrutando al máximo de pequeñas cosas que para los demás pasan desapercibidas, pero sobre todo me encanta estar a tu lado y que quieras compartir tu alegría conmigo.

También me gusta ver la cara de los desconocidos que casualmente pasan cerca de nosotros y ser testigo de cómo su expresión cambia. Primero ese gesto de no entender a qué se debe tu alegría y segundos después esa sonrisa, les has contagiado. Llenemos nuestra vida de pequeños instantes de felicidad, ¡qué importa el motivo!.

Me gusta cuando ríes a carcajadas, en cualquier lugar, en cualquier momento, sin pensar si es adecuado o no. Las emociones fluyen en tu interior, las sientes y las vives, no las planeas ni las manipulas. Tu autenticidad me apasiona, un tesoro en el que pondré todas mis fuerzas para asegurarme de que permanezca intacto.

Me gusta tu sinceridad, la verbal y la no verbal. El mundo está lleno de actores y eres una de esas pocas que caminan por él de cara. Cuando estaba a punto de convertirme en una de ellas, llegaste tú para recordarme quién soy y devolverme mi verdadera identidad.

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Distintos planteamientos, el mismo resultado

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El pequeño Guille, siempre sediento de experiencias y emociones por vivir. Para él los modelos teóricos no son suficientes, necesita tocar y sentir para poder entender.
No importa cuántas veces se caiga, incluso en la misma piedra. Si existe una mínima posibilidad de alcanzar su objetivo, lo intentará.
No teme a nada ni nadie salvo a una cosa: a perder una oportunidad para aprender, aunque sea de sus errores. Siempre planeando e inventando actuaciones en las que por la cantidad y la improvisación de las mismas, suele salir con algún golpe que otro y con una idea en su cabeza: «¿Qué ha pasado? ¡Tengo que intentarlo otra vez!».
Valiente y obstinado, con esa carita de «estoy aquí para comerme el mundo». El miedo no es rival cuando se plantea un objetivo.

Cómo aprender a decir «¿Y a tí que te importa?»

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Tan solo unas semanas te separan de tu recién estrenada maternidad. Tu carnet de «mamá en prácticas» sigue en vigor y aún así debes enfrentarte a una decisión extremadamente complicada. Nunca fuiste una oveja más del rebaño. Jamás tomarías un camino siguiendo los pasos de otras personas, sin cuestionarte si realmente esa es tu opción. Tu espíritu trasgresor e inconformista te lleva a una espiral de razonamientos y preguntas sin respuesta que debes resolver para poder sentirte en paz contigo misma.
Entonces te planteas si realmente existe algún motivo que justifique que tu hija y tú permanezcáis más de 8 horas al día separadas. Si verdaderamente necesitas todas esas cosas materiales en las que gastas tu salario, pero sobre todo, si tu hija necesita todo eso en lo que inviertes el dinero. Te preguntas si existe para ella algo mejor que la oportunidad de descubrir el mundo de tu mano y más valioso que tu tiempo y dedicación.

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La otra mitad de mi corazón

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Esperé unos segundos a que cuerpo y mente estuvieran preparados… respiré profundo. En esa sala, que pude sentir como nuestro refugio. Sólo estábamos nosotros tres, junto a aquella matrona que tan bien supo ocupar su rol. En aquella oscuridad que tanto necesitaba, teniendo todo el papel protagonista que me correspondía, como madre y mamífera. Escuchando las señales que mi cuerpo me enviaba… mi mente no estaba en aquel lugar. Conectada con mis instintos más animales, me dejaba llevar por esa marea cálida que hacía estremecer mi cuerpo de forma rítmica.

Y supe que había llegado el momento, que en ese instante, mi vida cambiaría para siempre.

Mi cuerpo sabía lo que tenía que hacer, y de nuevo me dejé llevar hacia aquella explosión de sentimientos. Sentimientos opuestos, lo que me permitiría abrazarte al fin, también haría que nos separásemos para siempre. Continuar leyendo «La otra mitad de mi corazón»

No hay camino, se hace camino al andar

Hace un tiempo, una mamá me escribió. Ella no me lo dijo pero pude sentir cómo el miedo y la angustia la inundaba por dentro. La misma sensación que tiempo atrás me inundó a mi también.

De repente, una lluvia de imágenes y sensaciones ya vividas se apoderó de mí. Es increíble la velocidad a la que pasa el tiempo, ¿cuando he dejado atrás a esa mamá asustada para convertirme en la que soy hoy?, ¿de repente? No he sido consciente de ello, pero ha sido un proceso largo, un camino hacia la aceptación y el aprendizaje. Sobre todo aprender.

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